– Lo que vamos a hacer -replic? Vilmorin reprimiendo su furia- es poner el gobierno en otras manos.

– ?Y crees que con eso va a cambiar algo?

– Estoy seguro.

– ?Ah! Probablemente estudiando teolog?a has llegado a hacerte due?o de la confianza del Todopoderoso. Sin duda ?l te habr? confiado su intenci?n de hacer un nuevo g?nero humano.

El asc?tico rostro de Vilmorin se cubri? con una nube de reproche:

– Blasfemas, Andr? -censur? a su amigo.

– Te juro que hablo absolutamente en serio. Para lograr lo que quieres, necesitar?s nada menos que la intervenci?n divina. Habr?a que cambiar al hombre, no al sistema. ?Podr?as t? o nuestros fanfarrones amigos del Casino Literario de Rennes, podr?an los de ninguna sociedad cultural de Francia, esbozar un sistema de gobierno que a?n no se haya probado? Seguro que no. ?Puede acaso mencionarse alg?n sistema, que no haya acabado en el fracaso? Mi querido Philippe, el futuro s?lo puede leerse con certeza en el pasado. Ab actu ad posse valet consecutio. El hombre nunca cambiar?. Siempre ser? avaro, codicioso, vil. Hablo del hombre en sentido general.

– ?Pretendes decir que no puede mejorarse la suerte del pueblo? -le desafi? Vilmorin.

– Al decir pueblo, te refieres, naturalmente, al populacho. ?Lo abolir?s? ?se ser?a el ?nico modo de mejorar su suerte, pues mientras exista el populacho, estar? condenado a la miseria.

– Por supuesto, hablas a favor de los que te dan de comer. Supongo que es natural -afirm? Vilmorin entre triste e indignado.

– Al contrario, trato de hablar con absoluta imparcialidad. Volvamos a esas ideas tuyas. ?A qu? forma de gobierno aspiras? Por lo que dices, infiero que te refieres a una rep?blica. Bien, pues ya la tienes. En realidad, Francia es hoy una rep?blica.

Philippe le contempl? de hito en hito.

– Lo que dices es parad?jico. ?D?nde dejas al rey?

– ?El rey? Todo el mundo sabe que en Francia no hay rey desde los tiempos de Luis XIV. En Versalles hay un obeso caballero que lleva la corona, pero las mismas noticias que me traes demuestran lo poco que cuenta. Son los nobles y el clero los que ocupan las m?s elevadas posiciones, con el pueblo de Francia a sus pies. Ellos son los verdaderos gobernantes. Por eso digo que Francia es una rep?blica hecha de acuerdo con el mejor patr?n: el de Roma. Entonces, como ahora, las grandes familias patricias viv?an en el lujo, reserv?ndose el poder y la riqueza y cuanto val?a la pena poseer. Y el populacho, aplastado por los poderosos, gem?a, sudaba, se mor?a de hambre y perec?a en las covachas romanas. Y eso era una rep?blica, la m?s opulenta que ha existido.

Philippe se impacientaba.

– Por lo menos admitir?s -arguy?- que no podemos estar peor gobernados.

– ?se no es el problema. El problema es saber si estaremos mejor gobernados sustituyendo la actual clase gobernante por otra. Sin ninguna garant?a, no pienso mover un dedo para que nada cambie. ?Y qu? garant?a pod?is dar? ?Cu?l es la clase que tomar? el poder? Yo te lo dir?: la burgues?a.

– ?Qu??

– Te sorprende, ?eh? La verdad suele ser desconcertante. ?No hab?as pensado en eso? Pues bien, ahora puedes meditar en el asunto. Examina bien el manifiesto de Nantes. ?Qui?nes son sus autores?

– Yo puedo decirte qui?nes obligaron al municipio de Nantes a envi?rselo al rey. Fueron unos diez mil obreros: tejedores, carpinteros de ribera y artesanos de todos los oficios.

– S?, pero estimulados, forzados por sus amos, los ricos comerciantes y armadores de esa ciudad -replic? Andr?-Louis-. Tengo la costumbre de observar las cosas de cerca, y por ello nuestros compa?eros no me soportan en los debates del Casino Literario. Yo profundizo, mientras que ellos se quedan en la superficie. Detr?s de los obreros y artesanos de Nantes, aconsej?ndolos, apremiando a esos pobres, est?pidos e ignorantes trabajadores para que derramen su sangre en pos del fantasma de la libertad, est?n los fabricantes de velamen, los de tejidos, los armadores y hasta los traficantes de esclavos. ?Los negreros! ?Los mismos hombres que viven y se enriquecen traficando con sangre y carne humana en las colonias, dirigen aqu? una campa?a en nombre del sagrado nombre de la libertad! ?No ves que todo esto es un movimiento de mercaderes y traficantes, envidiosos de un poder que s?lo se deriva del nacimiento? Los bolsistas de Par?s, que poseen los t?tulos de la Deuda nacional, viendo la ruinosa situaci?n financiera del Estado, tiemblan ante la idea de que pueda residir en un solo hombre el poder de cancelar la deuda declarando la bancarrota. Para salvaguardar sus intereses, tratan de socavar el actual estado social y edificar sobre sus ruinas uno nuevo en el que ellos sean los amos. Y para conseguirlo, inflaman al pueblo. Ya en Dauphin hemos visto correr la sangre, la sangre del pueblo, pues siempre es su sangre la que se derrama. Ahora estamos viendo otro tanto en Breta?a. ?Y qu? pasar? si prevalecen las nuevas ideas? ?Qu? pasar? si desaparece el poder se?orial? Habremos cambiado la aristocracia por la plutocracia. ?Vale eso la pena? ?Crees que bajo el yugo de los bolsistas, los negreros y los hombres enriquecidos por el innoble arte de comprar y vender, la suerte del pueblo ser? mejor que bajo el de la nobleza y el clero? ?Se te ha ocurrido pensar alguna vez, Philippe, qu? es lo que hace el gobierno de los nobles tan intolerable? Es la ambici?n. La ambici?n es la maldici?n de la humanidad. ?Y esperas menos ambici?n por parte de unos hombres que se han crecido precisamente en la ambici?n? Estoy dispuesto a admitir que el actual gobierno es execrable, injusto, tir?nico, todo lo que quieras. Pero abre bien los ojos y ver?s que el gobierno con el que se pretende sustituir al actual puede ser infinitamente peor.

Philippe permaneci? un momento pensativo; despu?s volvi? al ataque:

– Pero t? no hablas de los abusos, de los horribles e intolerables abusos del poder gobernante que hoy nos tiranizan.

– Donde haya poder, siempre habr? abusos.

– No si la posesi?n del poder depende de una administraci?n justa.

– La posesi?n del poder es el poder mismo. No podemos dictar nuestro deseo a quienes lo sustentan.

– El pueblo s? podr?. Cuando tenga el poder.

– Otra vez te pregunto: al hablar del pueblo, ?te refieres al populacho? ?Claro! ?Y qu? poder puede ejercer el populacho? Puede gobernar salvajemente. Puede matar e incendiar por un tiempo. Pero no puede ejercer un gobierno duradero, porque el poder exige unas cualidades que el populacho no tiene, y si las posee deja de ser populacho. El inevitable y tr?gico corolario de la civilizaci?n es el populacho. Por lo dem?s, los abusos pueden corregirse, s?, con la equidad, pero la equidad, si no se encuentra en algunos privilegiados de la inteligencia, no se puede encontrar en ninguna parte. El se?or Necker est? empe?ado en corregir abusos y limitar privilegios. Eso est? claro. Para ello se ha de reunir a la Asamblea General.

– Y gracias al cielo, en Breta?a hemos comenzado ya de un modo prometedor -exclam? Philippe.

– ?Bah! Eso no es nada. Los nobles no ceder?n sin luchar. Una lucha f?til y rid?cula si quieres, pero supongo que tambi?n la futilidad y la ridiculez son atributos de la naturaleza humana.

Philippe de Vilmorin sonri? con sarcasmo:

– Probablemente tambi?n calificar?s la muerte de Mabey de f?til y rid?cula, ?no? No me sorprender?a o?rte argumentar, en defensa del marqu?s de La Tour d'Azyr, que su guardabosque fue muy piadoso al matar a Mabey, puesto que la alternativa era que ?ste hubiese sido condenado a galeras de por vida.

Andr?-Louis acab? de beber el resto de su chocolate, dej? la taza en la mesa y ech? su silla hacia atr?s:

– Confieso que no participo de tu misericordia, mi querido Philippe. Me conmueve la muerte de Mabey. Pero, una vez dominada la impresi?n que la noticia me caus?, no puedo olvidar que, despu?s de todo, Mabey estaba robando cuando lo mataron.

La indignaci?n de Vilmorin estall?:

– ??se es el punto de vista que cabe esperar del asistente fiscal de un noble, del representante de un noble en los Estados de Breta?a!

– Philippe, no eres justo. ?Por qu? te enfadas conmigo? -grit? Andr?-Louis conmovido.

– Me ofenden tus palabras -confes? Vilmorin-. Estoy profundamente ofendido por tu actitud. Y no soy el ?nico que est? resentido por tus tendencias reaccionarias. ?Sab?as que el Casino Literario est? considerando seriamente tu expulsi?n? Andr?-Louis se encogi? de hombros: -Eso ni me sorprende ni me preocupa. Vilmorin continu? apasionadamente:

– A veces pienso que no tienes coraz?n. Siempre hablas en nombre de la Ley, nunca en el de la Justicia. Creo que me equivoqu? al venir a verte. No es posible que me ayudes en mi entrevista con el se?or de Kercadiou.

Philippe cogi? su sombrero con la clara intenci?n de marcharse. Andr?-Louis se puso en pie de un salto y retuvo a su amigo por un brazo:

– Te juro -le dijo- que ?sta es la ?ltima vez que hablar? contigo de leyes o de pol?tica. Te quiero demasiado para enfadarme contigo por los asuntos de los dem?s.

– Es que yo hago m?os esos asuntos -insisti? Philippe con vehemencia.

– Por supuesto… y por eso te quiero. Est? muy bien que seas as?. Vas a ser sacerdote y los asuntos de los dem?s son tambi?n los del sacerdote. Yo, en cambio, soy un hombre de leyes, el representante de un noble, como has dicho, y en las cuestiones legales lo ?nico que importa es el cliente. ?sa es la diferencia entre nosotros dos. Sin embargo, no lograr?s librarte de m?.

– Pero te digo francamente que prefiero que no vengas conmigo a ver al se?or de Kercadiou. Tu deber para con tu cliente te impide ayudarme.

El enojo de Philippe hab?a pasado, pero su determinaci?n, basada en las razones expuestas, permanec?a firme.

– Muy bien -dijo Andr?-Louis-. Ser? como quieres. Pero nada podr? impedirme pasear contigo hasta el castillo y esperarte mientras apelas ante el se?or de Kercadiou.

As? las cosas, salieron de la casa como excelentes amigos, pues el car?cter dulce de Philippe de Vilmorin no conoc?a el rencor. Y juntos subieron por la calle principal de Gavrillac.

CAP?TULO II El arist?crata

La so?olienta aldea de Gavrillac, a media legua del camino principal de Rennes, permanec?a al margen del ajetreo del tr?nsito de la carretera principal. Situada en una curva del r?o Meu, se extend?a a los pies de la colina coronada por la casa se?orial. Gavrillac no s?lo pagaba tributos a su se?or -parte en dinero y parte en servicios-, sino tambi?n diezmos a la iglesia e impuestos al rey, lo que la dejaba en una situaci?n bastante precaria. Sin embargo, a pesar de todo, all? la vida no era tan dura como en otros lugares. Por ejemplo, all? no se sufr?a tanta crueldad como la que padec?an los desdichados vasallos del poderoso se?or de La Tour d'Azyr, cuyas vastas posesiones s?lo estaban separadas de la aldea por las aguas del Meu.