Anton cogio maquinalmente varias fresas de la mano de la muchacha y se las llevo a la boca. No me gusta la gente excesivamente charlatana, penso. No la soporto. Por fin le parecio haber hallado un argumento eficaz y dijo:

— Con el tiempo, tambien a ti te llevaran en brazos. ?Te gustara entonces que vayan hablando de ello?

— ?Pero de donde has sacado que yo vaya a declinada? — dijo Anka distraidamente -. No soy una chismosa.

— Dime, ?en que estas pensando?

— En nada de particular — Anka se encogio de hombros, hizo una pausa y anadio en tono confidencial -: ?Sabes?, estoy harta de tenerme que lavar los pies dos veces cada noche.

Pobre Katia la Virgen, penso Anton. Esto es peor que la saiva.

Salieron a una vereda. Descendia, y el bosque se hacia cada vez mas oscuro. Los helechos y la hierba alta crecian alli con exuberancia. Los troncos de los pinos estaban cubiertos de musgo y de la espuma blanca de los liquenes. Pero la saiva tiene bromas pesadas. Una voz ronca, que no tenia nada de humana, bramo de repente:

— ?Alto! ?Vos, noble Don, tirad las armas! ?Y tambien vos, noble Dona!

Cuando la saiva pregunta, hay que responder a tiempo. Anton, con un agil y rapidisimo movimiento, derribo a Anka entre los helechos, a la izquierda, mientras el, saltando hacia la derecha, rodaba hasta parapetarse tras un tocon medio podrido. Aun se oia el eco de la ronca voz cuando la vereda estaba ya vacia.

Anton, tendido sobre un costado, monto su ballesta dandole vueltas a la ruedecilla. Se oyo un disparo, y fragmentos de corteza llovieron sobre Anton. La voz ronca anuncio:

— ?El noble Don ha sido alcanzando en un talon!

Anton simulo un gemido y encogio una pierna.

— ?No, esa no! — dijo la voz -. ?La derecha!

Se oyo la risa solapada de Pashka. Anton echo una ojeada desde detras del tocon, pero no pudo ver nada entre aquella masa de verde penumbra.

En aquel mismo instante sono un agudo silbido y un ruido semejante al de un arbol que cae.

— ?Ay! — gimio Pashka ahogadamente -. ?Tened piedad! ?No me mateis!

Anton se levanto de un salto. Pashka venia andando a su encuentro desde los helechos, de espaldas y con los brazos en alto. La voz de Anka interrogo:

— Toshka, ?lo ves?

— Como si estuviera entre mis manos — respondio Anton alegremente -. ?No te vuelvas! — le grito a Pashka -. ?Las manos detras de la cabeza!

Pashka obedecio sumisamente y declamo:

— No dire nada.

— ?Que hacemos con el, Toshka? — pregunto Anka.

— Ahora lo veras — respondio Anton, mientras se sentaba comodamente en el tocon y se ponia la ballesta sobre las rodillas -. ?Como te llamas? — grito, imitando la voz de Hexe el Irukano.

Pashka se encogio de hombros, dando a entender su desprecio e insumision. Anton disparo. La pesada flecha fue a clavarse con un chasquido en la rama que colgaba sobre la cabeza de Pashka.

— ?Oh! — exclamo Anka.

— Me llaman Bon Sarancha — confeso desganadamente Pashka -. «Y aqui caera, por lo que se ve, uno de aquellos que juntos estaban.»

— Famoso bandido, ciertamente — admitio Anton -. Pero nunca hizo nada desinteresadamente. ?Quien te mando?

— Don Satarin el Cruel — respondio Pashka.

Anton dijo despectivamente:

— Hace dos anos que esta mano mia corto, en el Soto de las Espadas, la pestilente vida de ese tal Don Satarin.

— ?Quieres que le meta una flecha en el cuerpo? — pregunto Anka.

— Esperad — se apresuro a decir Pashka -. Habia olvidado por completo que quien me mando verdaderamente fue Arata el Hermoso. Me prometio cien piezas de oro por vuestras cabezas.

Anton se palmeo la rodilla.

— ?Que embustero! — exclamo -. ?Como es posible que Arata el Hermoso trate con un canalla como tu?

— Dejame que lo ensarte con una flecha — rogo Anka con voz sanguinaria.

Anton se echo a reir satanicamente.

— Bueno — dijo Pashka -, tu tienes un talon herido. Ya deberias estar desangrado.

— Eso es lo que tu crees — repuso Anton -. En primer lugar, durante todo este tiempo estoy mascando corteza de arbol blanco, y en segundo, dos hermosas barbaras me han vendado ya la herida.

Los helechos se movieron, y Anka salio a la vereda. Tenia un aranazo en la cara y las rodillas manchadas de barro y hierba.

— Ya es hora de que lo arrojemos al pantano — opino -. Cuando el enemigo no quiere rendirse, se le destruye.

Pashka bajo los brazos.

— Olvidas las reglas del juego — dijo, dirigiendose a Anton -. Contigo uno tiene la impresion de que Hexe es una buena persona.

— ?Y que sabes tu? — Anton salio tambien a la vereda -. La saiva tiene bromas pesadas, mercenario indecente.

Anka le devolvio a Pashka su escopeta.

— ?Siempre os disparais asi el uno al otro? — pregunto con asombro.

— ?Claro! — se sorprendio Pashka -. ?Que crees que vamos a hacer, gritar «pum-pum» y «chic-chic»? En el juego ha de haber cierto riesgo.

— Por ejemplo — anadio Anton distraidamente -, con frecuencia jugamos a Guillermo Tell.

— Turnandonos — aclaro Pashka -. Un dia soy yo quien se pone la manzana en la cabeza, y el otro dia es el.

Anka los miro.

— ?De veras? Seria interesante verlo.

— Por nuestra parte no hay inconveniente — dijo Anton con rapidez -. Lastima que no tengamos ninguna manzana.

Pashka sonrio abiertamente. Entonces Anka le quito el panuelo que llevaba en la cabeza e hizo un cucurucho con el.

— La manzana es una cosa convencional — dijo -. Eso

tambien puede servir de blanco. Vamos, juguemos a Guillermo Tell.

Anton cogio el cucurucho rojo y lo examino detenidamente. Despues miro a Anka a los ojos. Seguian siendo dos rendijas. A Pashka todo aquello le seguia pareciendo muy divertido. Anton le paso el cucurucho.

— «A treinta pasos no fallo una carta — declamo con voz tranquila -. Con pistolas conocidas, naturalmente.»

— ?De veras? — exclamo Anka. Y, dirigiendose a Pashka, anadio -: ?Y tu, querido? ?Le danas a una carta a treinta pasos?